viernes, 16 de agosto de 2013

Intercambio Epistolar

Estimada Ofelia

No se imagina el temblor que pasa por mis manos al momento de escribir estas palabras. Me resulta extremadamente complicado hilvanar alguna oración ligeramente aceptable y esta hoja en blanco no hace mas que acentuar tantas décadas, tantas vidas, tantos nietos,  tanta memoria insistiendo...

Pero vale la pena hacer un intento para al menos ordenar estos pensamientos que hace algunos días recaen y se presentan ante mi mente sin mas orden de allanamiento que el recuerdo de su perfume durante aquellos años. Aquellos años... 

Los acontecimientos que precedieron a la decisión de escribirle tienen que ver con una ausencia. 

Le comento, hace dos años enviudé y desde ese entonces intenté convivir con la soledad, acompañarla, encontrarle la vuelta. Fue un proceso complejo, imagínese. Solo tengo mi radio, mis libros y alguna que otra carta de algún alumno o ex colega. Mis hijos ya no aparecen por este lugar, esta casa enorme tan vacia no los seduce mas que para calcular su valor y esperar...

No es mi intención abrumarla con esta sinfonía de lamentos, solo falta el último suceso. 

Le sigo contando. En algún momento las tristezas ceden, es una consecuencia lógica de todas las sensaciones que vagan por este mundo, en mi caso fue una helada mañana de julio. 
Mi rutina se vió interrumpida por una invasiva ganas de salir de esa casa, de escaparme para ser mas precisos. El olor a varias vidas, a varios llantos me ahogó y tuve que abrigarme como pude para afrontar el frio invierno. Ya en la calle decidí caminar rumbo a la plaza, le aviso que sigue exactamente igual que en los tiempos previos a su partida hace ya tantas décadas. La plaza era mi destino favorito en los tiempos en los cuales Elena aun estaba a mi lado, el ajedrez y el sol es tan bella combinación que consigue vencer cualquier circunstancia climática adversa.

Tal vez esta sea la causa por la cual elegí la plaza como destino para escapar de ese pánico furioso y al llegar recordé. Estas son las ventajas de permanecer en un mismo barrio durante toda una vida. No solo recordé las largas partidas de ajedrez, ni las horas hamacando hijos y nietos. También recordé el lugar que me devolvió algo de paz. Fué el momento en el cual me acerqué a nuestro banco, aquel donde le escribía todo lo que con voces era incapaz de decirle. Usted recordará las hojas y cuadernos escritos con ese banco como testigo como alojamiento de dos mitades de amor que se complementaban tan bien... Pero bueno, luego vino su viaje y nuestras vidas por separado hasta hoy...

Ofelia, aquel banco me pidió a gritos que la busque, que intente llegar a usted, no se conforma con solo una mitad de ese amor, la ausencia que tuve a mi lado fue insoportable. Por eso estoy aquí a través de estas líneas. Sé que hace algunos meses regresó a Buenos Aires y me encantaría al menos tener una respuesta para que estas manos, que aun tiemblan, encuentren la excusa perfecta para volver a escribirle en nombre de aquel amor adolescente.

Solo eso le pido, que imagine mis manos, que imagine...

Sinceramente suyo